Mentiras verdaderas

18 May 2021 MIGUEL BARRERO _ zendalibros.com

Para sobrevivir al naufragio

Lo más importante de Artinauta, el montaje con el que Marcel Gros celebra los cuarenta años que lleva ejerciendo el noble oficio de payaso sobre los escenarios, llega cuando ya se han encendido los focos y el público se esmera en el aplauso antes de abandonar la butaca y emprender el camino de regreso a las calles que aguardan fuera, acogedoras y refrescadas por la lluvia primaveral de este mayo indeciso. Durante algo más de una hora, los niños que han presenciado la función, casi todos en compañía de sus padres, se han prestado con gusto al trampantojo que convierte un viaje imaginario a un planeta inexistente en un impulso para la reflexión en torno a la pertinencia y los orígenes de las expresiones artísticas. Gros se convierte en un hombre primitivo que vuelve a su cueva e inventa la pintura para explicar a sus compañeros cómo le ha ido el paseo, recrea la historia de un pintor chino al que el emperador encomienda la decoración de su palacio, toca instrumentos invisibles y presenta y despide a un caballo cuya presencia se sugiere a partir del eco de su trote. Pequeños hitos que obedecen a la voluntad de explicar por qué la humanidad sintió desde sus orígenes el impulso de contar historias, reales o inventadas, y plasmarlas de algún modo para que lo bueno o malo que pudieran enseñar no acabara extraviándose en el polvo de los siglos. El público se embelesa con tanta facilidad que apenas presta atención al momento en que el artista se retira. En vez de fijarme en la languidez desparramada de los decorados o volver la vista atrás para ver si los acomodadores aparecen para indicarnos en qué orden debemos empezar a levantarnos para abandonar la sala, yo lo sigo con la mirada y veo cómo se refugia al fondo del escenario y se desprende del micrófono que ha llevado prendido del cuello. Luego descompone el gesto y cruza su mirada una sombra de cansancio o hastío cuando se quita la nariz roja que hasta ahora ha adornado su rostro con el matiz que requería el personaje para sustituirla por una mascarilla que se enfunda con evidente desgana antes de volver al frontal a agradecer las últimas ovaciones. En ese instante se deshace el encanto, porque es la realidad la que toma al asalto el teatro para recordarnos en qué coordenadas nos ha querido situar la historia, y también para añadir a las sabias enseñanzas que Gros sabiamente va deslizando en su espectáculo una más: la de cuán necesarias son las historias que se cuentan, se pintan, se esculpen o se componen —esas hermosas mentiras verdaderas— para sobrevivir con dignidad a los naufragios

Mentiras verdaderas